Un patio de vecinos es una calle cerrada de puertas abiertas que miran.
Es un lugar donde los ronquidos tienen memoria y las toses quiebran el aire.
Un espacio de solidaridad sabia y añeja.
Un lugar alquímico de voces y guisos de lentejas y papas ‘aliñá’.
De melodías de lozas tarifeñas y de cordeles con ropa expresiva y sin pudor.
De hamaca solitaria de mimbre que medita mientras se balancea fantasmal.
Un Sitio con paredes de cal, donde aparecen impávidas las salamanquesas que se cobijan en el óxido de una maceta de latón, a la que le rebosa cascadas de flores.
Allí donde las avispas y las libélulas se enamoran del grifo, besándolo con rítmica intermitencia para alimentarse de Amor y Vida.
Sí, un patio es un mundo interior con códigos no escritos en el que la llave está en el fondo del mar. Matarile...
Es un espacio en el que los metros no son cuadrados, sino espirales de sensaciones.
Pero un patio, hoy, es un corazón encogido, que teme al demonio de la especulación.
Que por su magia nuestros patios nos acompañen y permanezcan en el viaje de nuestras vidas.
Que así sea.
Luis Hornillo
(para mi amigo Pablo Vera, que entiende de estas cosas)